lunes, 29 de diciembre de 2008

La pobreza de los ricos.

No hay nada más triste que la gente que niega lo que no se puede negar; que da vuelta las cosas de tal manera que nunca es culpable; que te hace sentir un ilusionista...y de esa gente hay, y mucha.
¿Porque tienen plata pueden humillarte y hacerte sentir un don nadie? ¿Porque tienen plata pueden comprar tu dignidad y venderla al mejor postor? ¿Tanta es la envidia de la nada? ¿Tanto deseo de obtener lo nimio de lo ajeno? Qué triste para ellos que se alimenten de la pobreza de otro, que con tanta riqueza material, se alimenten de las miserias del corazón de otro.
Tristísimo realmente sentarse a la mesa protocolar de quien te sonríe y apuñala simultáneamente, bajo la máscara de la educación y tras el respaldo de una Iglesia a la que no escuchan. Qué triste la Iglesia que les enseña a comulgar con la hipocresía y con la mentira tan personal, porque son muy pobres realmente, muy pobres de calle, de sufrimiento. Porque creen que con dinero comprar lo inmaterial, pero ya muchos lo hemos leído: lo esencial es invisible a los ojos. Y evidentemente, el brillo de las copas y de la platería, los encegueció por completo.
Pobres y tristes de ellos: ojalá puedan aprender a ver, a mirar, a sentir y a amar, y que sus sentidos, la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato les enseñen del mundo en el que viven, porque mal que les pese, conviven con aquellos a los que ignoran, al menos, en cierta medida.