martes, 25 de marzo de 2008

Dos cuerpos

Dos cuerpos desnudos y un solo plato de cerezas frescas: sólo faltaba dar esos pasos gloriosos y disfrutar, sinestésicamente, de la vida. Dar lugar a los placeres más excitantes que la sabia Naturaleza ofrecía. Esperar y dejar madurar: dos procesos que se aplican a la vida en su totalidad.
Y allí estaban los dos cuerpos, sudorosos, temibles, atraídos por una fuerza mayor, que, simultáneamente, los unía y repelía una y otra vez. La atracción era fatal, imposible, inaguantable e irresistible; sin embargo, existía una barrera que era mejor no pasar. Una barrera que delimitaba lo natural de lo contranatura: y ellos la cruzaron.
Y el plato seguía ahí, pero las cerezas ya no: formaban ahora parte de un juego peligroso y ruin; eran las protagonistas de un juego cuyo final estaba anunciado, de un juego cuyo principio ya estaba escrito desde antes. Y ninguno de los dos quiso detenerse, porque el placer era un motor imposible de parar. Y las cerezas ya no estaban, pero el plato era testigo de lo que había desaparecido, por obra de una fuerza mayor que los controlaba y no los dejaba escapar a uno del otro, sabiendo que eso era imposible, ruin, insoportable.
Y así pasaron meses y años, y siglos: y las cerezas volvieron a crecer, y el cerezo del patio nunca envejeció, porque estaba destinado a ser el propulsor de una pasión que nacía cada vez más cada día; y las cerezas, los únicos testigos.

1 comentario:

JuanAsterión dijo...

¡Que así sea! Que el placer mantenga vivo el magnetismo de la pasión y los frutos imperecederos que surgen de traspasar los límites de lo conocido a pesar de los peligros.