martes, 18 de marzo de 2008

El amante y el verdugo

Dejá de lastimarme; digo que no me importás más, pero lamentablemente, no puedo creerme. Soy mi propio verdugo, y vos sos mi arma mortal. Muero cada vez que te veo, muero y resucito al mismo tiempo.
Basta de histéricas promesas, basta de vos, basta de mí, basta de todos. Ya no quiero sentirte cerca, porque es una ilusión; pero tampoco quiero que te vayas, porque seguís estando aquí grabado, en lo profundo, en mis entrañas.
Desaparecé, te lo suplico, y no vuelvas más. No sé todavía para qué regresaste, pero desde ese momento, sólo estoy esperando tu partida. ¡Pero eso es mentira! Y lo sabemos, porque no queremos eso, porque queremos algo más, que nunca más será posible.

4 comentarios:

Agnesse dijo...

Por favor, como todo lo que escribo, no quiero que se interprete autobiográficamente. Nadie se sienta tocado, mencionado, sugerido.
Gracias.

JuanAsterión dijo...

Necesariamente, además de afortunada o desafortunadamente, tienden a conformar dos caras de la misma moneda el amante y su propio verdugo. ¿quién podría lastimarnos más que nosotros mismos? ¿quién más podría saber cuánto se entrega como ofrenda de amor y cuánto se está dispuesto a sacrificar? Más que necesaria, me parece apropiada la conjunción.

Agnesse dijo...

Lamentablemnete, esta entrada hoy vuelve a resonar en mi corazón. Desapareciste, pero volviste transformado...

Agnesse dijo...

Y hoy, a más de dos meses, todavía no te fuiste...