jueves, 5 de abril de 2007

La distancia

Últimamente estaba distante; todo era automático; nada le importaba, o sí, en realidad, muchas cosas. Pero una en particular estaba muy lejos de su interés.

Distancia, automatismo, egoísmo; nada era como antes. ¿Por qué iba a ser siempre igual? Acaso, ¿no es que nada es para siempre? Y esto fue un largo sueño que duró bastante –casi dos años- pero era tiempo de despertar y volver al mundo de la pesadilla; volver al mundo donde la miseria ya no se regala, pero se vende a muy bajo precio.

Y ahí estaba cada uno; cada uno en su mundo, prometiéndose el oro y el moro; pero a la hora de hacer, nada era lo mismo. Promesas hechas a alguien más, o a nadie, tampoco a ellos.

Y así en el día gris de los lamentos, nada hacía sonreír. Como decía Pitágoras, “dos especies de lágrimas tienen los ojos de la mujer: de verdadero dolor y de despecho.” Estas eran de verdadero dolor y de despecho, porque eran causadas por la mentira, por el engaño, por la promesa falsa, por las palabras dichas por la razón (para algunos la Reina Razón) pero no por el alma, por el sentimiento que diferencia a un hombre de una máquina en nuestro mundo tan lleno de tecnología, en el que parece que ya lo sentimental es una burla a la razón, la Reina Razón.

Se dice que la tierra es un Valle de lágrimas, pero nadie aclaró que también tiene ciertas alegrías, ciertas e inciertas, porque también se dice que aquí nadie tiene nada seguro y que a Seguro se lo llevaron preso. Entonces, Valle de lágrimas, pero también de sonrisas, de esperanzas. Y ¿qué se espera? ¿Que algo cambie alguna vez? ¿Que no haya que despertar de los sueños, de esos largos sueños que duran acaso dos años? ¿Que la miseria no nos encuentre y nos atrape en sus raídos hilos? ¿Que la vida, aunque sea por una sola vez se nos presente tal como es y no bajo ese ficticio manto de lo moderno y lo fácil, cuando se es bien consciente de lo difícil que es sobrevivir, vivir y aún gozar de la realidad humana, sin caerse en el intento? Sí, se dice que sí; que ésto es lo que pacientemente esperamos, con la esperanza de que será así, con la esperanza de que alguna vez esto va a ser como cada uno quiera, como tiene que ser.

¿Qué más se dice? Tantas cosas se dicen, y tan pocas son ciertas; tantas verdades y tan pocas verdaderas; tantas promesas y tan pocas cumplidas; si estaremos acostumbrados a eso...¿pero quién dice que hay que acostumbrarse? ¿Acaso no dicen que es lo último que hay que hacer: acostumbrarse a algo dado? Semblanza lo dijo, el peor defecto de un hombre -¡¡en sentido genérico, por favor!!- es acostumbrarse. Sí, es cierto, debemos dejar de acostumbrarnos, debemos innovar, debemos vivir por nosotros mismos y tomar nuestras propias decisiones, elegir qué hacer, qué pensar, qué situación vivir y cómo. Porque de lo contrario, vamos a llegar a algo distante, automático, egoísta, donde no nos importe nada; o tal vez sí, muchas cosas, pero las triviales, las impuestas, aquellas que conforman nuestro mundo moderno. Y dejaremos de sentir para sumarnos a la cantidad infinita de máquinas, artefactos, electrodomésticos; y dejaremos de ser hombres, y dejaremos de ser seres vivos, y dejaremos simplemente de ser.

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